El ser humano opera en una dimensión material y una inmaterial de la existencia, ésta se encuentra presente ante él y el hombre escribe en y con ella su destino. Al no estar solo reconoce su poder creativo, puramente espiritual, en la convivencia con sus semejantes, dando paso a la comunicación, y al utilizar esta herramienta registran su relación con el mundo que los rodea y anticipan su actuar.
Reunidos en torno a sus logros y vivencias en el mundo, los hombres conforman comunidades, que confirman su humanidad y los catapultan, al darles cobijo, hacia la búsqueda de la felicidad. Con o sin quererlo, en esa búsqueda se alejan o se acercan de la verdad; lo cierto es que en su libertad van apuntando las ideas que se corresponden con esa verdad y que, por ende, los aproximan a la felicidad.
Precisamente, el uso de la razón y de las facultades del espíritu sitúan al hombre en la dimensión inmaterial. Cada acto de concreción a su respecto en la realidad física indica su huella en la dimensión material. Al ser ello en común con otros, la comunidad va evolucionando de acuerdo al aprendizaje y la creación producto de la libertad y la voluntad de los miembros de ella. La suma de este patrimonio metafísico y, a la larga, filosófico, conforma el cuerpo de ideas y creencias que sostiene e identifica a la comunidad.
El tácito acuerdo por el cual la comunidad acata su cuerpo de creencias moldeado y en constante perfeccionamiento y desarrollo va dando las condiciones para definir su relación con el tiempo y el espacio y en ese momento volverse sujeto del mundo y de la historia en un rango y calidad mayor que excede a otros grupos humanos y, por razones evidentes, a otros seres vivos.
La configuración social, política si se quiere, en que se ha transformado la comunidad, hace patente, vive, defiende y protagoniza su cuerpo de creencias, y del cultivar las ideas fundamentales que fundamentan el destino común coherente mediante la verdad a la felicidad individual procede la cultura. Entra en juego el gran contingente de símbolos y signos por los cuales fluyen encauzadas las ideas de la fundación social.
La cultura, finalmente, es todo el universo de enlaces que une a la comunidad político-social y le da una identidad en su protagonismo en el mundo y la historia, refleja aquello que es bueno, bello y verdadero en este ímpetu de avanzar y perfeccionarse como comunidad, y del avanzar y perfeccionarse de sus individuos.
Solo una cultura que logra equilibrar las fuerzas de la inefable naturaleza con aquello que se ha aprendido como bien, belleza y verdad emprende el curso a la civilización, registro formal de su desarrollo expresado con una más resuelta apropiación territorial y una perspectiva de largo plazo hacia el futuro. La acumulación de riqueza material es causa y no efecto de los aprendizajes generados en este proceso. La solidez material dependerá de la lucidez con la cual quienes ostenten la autoridad social procedan a la intelección de la realidad y que dicha intelección sea estratégica dada la natural incertidumbre que se entrecruza entre los fines y la realidad.
Esta es la importancia de la cultura, la sangre que alimenta el espíritu social en su desarrollo hacia lo efectivamente bueno, bello y verdadero o en su transitar hacia una caída en el vértigo abismal.
Por JUAN CRISTÓBAL DEMIAN
Politólogo - Filósofo - Escritor - Músico
Creo que la cultura es un sistema de acciones en un sistema de creencias que Dios nos dio como habilidad y que nosotros la usamos para sobrevivir en base a una realidad objetiva existente.
Ese concepto de sobrevivir, también nosotros los hombres le hemos agregado el "de la mejor manera posible" y que lo percibamos como algo bueno, porque el algo bueno es esencial para sobrevivir.
Dios se expresa con lo que hace, Cristo ha logrado captar de manera sagrada lo que Dios hace y que nos refleja a todos.
¿Como se materializa ese algo bueno?, Observando La verdad, La bondad, la Belleza y la unidad y comunicándola.